¡El que quiera ser desdichado,
que se anime y sea mi compañero
por los caminos de Santiago!
Que lleve dos pares de zapatos
y una escudilla con una cantimplora.
Que lleve un sombrero de ala ancha
y también una buena capa
guarnecida de cuero.
Tanto si llueve como si nieva o sopla el viento
para que el aire no se la lleve.
Que no le falte el fardel y el bordón,
y que no olvide confesar,
¡que esté confesado y cumplida la penitencia!.
Llegado a tierra extranjera,
no encontrará ningún sacerdote alemán.
A un sacerdote alemán puede que lo encuentre,
pero no sabrá en donde deberá morir
o decir adiós a su vida,
si muere en el extranjero
lo enterrarán a la vera del camino.
Así pues pasamos por Suiza,
ahí nos dan la bienvenida,
y nos dan de comer,
nos acogen y nos cubren calentándonos,
nos indican el camino a seguir.
Después pasamos a tierra extranjera,
país que los hermanos no conocemos,
tenemos que marchar a otro país,
imploramos a Dios y a Santiago
y a Nuestra Señora.
Hay cinco montes en tierra extranjera,
que los peregrinos conocemos bien:
el primero se llama Runzevalle,
a todo hermano que lo pasa,
las mejillas le enflaquecen.
En Santiago se perdonan el castigo y la culpa.
El buen Dios sea bondadoso con nosotros
desde su excelso trono.
A quien rinde pleitesía a Santiago,
que el buen Dios se lo recompense.
Fuente: Herbers K. y Plötz R., Caminaron a Santiago. Relatos de peregrinaciones al »fin del mundo«, pp. 160-.165. Xunta de Galicia, 1998.