Aquí sólo se siente la piedra sobre el pecho.
Aquí sólo se escucha el silencio sonoro.
Enclaustrada quietud, enrarecido aroma
que el tiempo acumuló, que los ropajes sobrios
y el incienso dejaron rancio para los siglos.
Tumbas de eternidad, míseras tumbas rotas,
roídas por las uñas, manoseadas, llenas
de muerte hasta los bordes. Tumbas ennegrecidas.
Dintel cansado, recios frescos en las arcadas,
acumulad el tiempo, repetid los instantes
que se fueron gastando entre sonoros rezos,
que embalsamó la cruz, que unos pasos poblaron.
Aquí en San Isidoro hoy pesa más la piedra,
arde el hierro, resiste la pasión de otros días.
Hoy la muerte persiste obstinada en las tumbas
es personaje único donde el labio se posa,
frente donde los besos repiten sus susurros.
Enrarecido aroma, aire que respiramos
como algo nuestro, sangre de nuestras propias venas
perdura en estas piedras que el hombre socavó
a golpe de cincel, de corazón transido.
Que siempre dure el tiempo bajo estos muros frío.
Que el pasado resuene en estas tumbas toscas.
Que siempre esté la muerte presente en nuestros labios,
posada en nuestros labios, sonando en nuestros besos.