El Camino de Santiago no es sólo un viaje por el interior de uno mismo. Progresivamente me fui dando cuenta de que el Camino también está determinado por una interacción. Aún más: el Camino se mantiene vivo por la gente que lo elige. Los peregrinos llegan de todas partes del mundo y llevan un pedazo de su tierra natal hacia Santiago.

Los lugares de encuentro fueron, aparte de los caminos, sobre todo los albergues donde nos deteníamos cada día para coger fuerzas para la siguiente etapa. Algunos de estos alojamientos se limitaban a unas cuantas camas, otros ofrecían refugio a unas 100 personas. La convivencia en estos albergues fue una de las experiencias más maravillosas para mí. Fue realmente emocionante ver cómo gente de diferentes culturas y costumbres conseguían cultivar un trato tan considerado y generoso unos con otros. Siempre había un animado intercambio. El medio podía ser la música, la danza o la comida, pero sobre todo era la lengua la que nos unía.

Disfruté especialmente de poder expresarme en diferentes idiomas, ya que el hecho de dialogar a través de las fronteras de mi país siempre fue cuestión de amor. Al inicio del Camino Francés, era la francesa la lengua más usada entre los peregrinos. Desde que había empezado la universidad rara vez me había encontrado la oportunidad de poder hablar francés y fue realmente increíble la cantidad de palabras que regresaron a mi memoria de todo lo que anteriormente había intentado grabar en ella a través de cuadernos de vocabulario y gramática. Poco a poco los franceses fueron desapareciendo y empecé a expresarme cada vez más en mi segunda lengua materna. Así que empecé a hablar español con los lugareños y pude aprender mucho sobre los hábitos y costumbres de los residentes de las zonas rurales del norte de España. Durante un tiempo me uní a un grupo de italianos que me hablaban constantemente en su lengua materna. Pronto fui capaz de orientarme en la lengua hablando una mezcla de español e italiano, que acabó por parecerse a la forma de expresarse que tenía mi grupo. Hablaban rápido pero sus miles de gestos, que acompañaban nuestras conversaciones como una especie de lenguaje de señas, me mostraron el camino.

Lo que me asombró fue el gran número de daneses que conocí durante mi viaje. Era como si la reina Margarita hubiese llamado personalmente a su pueblo a peregrinar. Pronto fueron más daneses que franceses los que conocí en el Camino y con los que traté de refrescar mis conocimientos de idiomas.
Con muchas otras naciones, me vi obligado a recurrir a la forma internacional de comunicación de comunicación: el inglés. Pero me obligué a aprender por lo menos la fórmula de saludo según la tierra de cada uno. Así que cuando llegué a la catedral de Santiago saludé a mis compañeros de peregrinación en chino, sueco, finlandés, portugués y polaco para devolverles un pedazo de aquello con lo que me habían enriquecido.
Empecé este Camino en agosto de 2011 y aún hoy debo reconocer que todavía no he llegado a la meta. El Camino no se acaba. Haciendo el Camino los hombres se adentran en un sendero hacia la felicidad. El Camino de Santiago abre los ojos a algo que uno llevará como equipaje el resto de su vida: concentrar la mirada en lo esencial y desarrollar un sexto sentido y así escuchar los latidos del propio corazón.

Fabian Paez (1987) se crió en Copenhage y Kiel e hizo el Camino de Santiago en 2011 desde Saint-Jean-Pied-de-Port durante 4 semanas.