El de A Coruña es el gran puerto de los peregrinos. La historia jacobea medieval no hubiese sido la misma sin él. Su estratégica situación garantizaba, salvo imponderables, que la travesía hasta esta ciudad desde los grandes puertos de partida de peregrinos, situados sobre todo en el sur de Inglaterra, Francia, Países Bajos, y Alemania, fuese la más rápida y eficaz.
Si el viento y el tiempo eran aceptables, se podía desembarcar en A Coruña, recorrer por tierra los 74 km hasta Santiago por el Camino Inglés, así conocido por haber sido los británicos sus más habituales usuarios, regresar y, si las condiciones del mar lo permitían, estar de nuevo en el lugar de origen en unos diez días o poco más. El contraste con las semanas o meses que requería el viaje por tierra desde los mismos puntos de origen resultaba evidente. También suponía un ahorro considerable en dinero y penalidades.
El período dorado de las peregrinaciones desde el puerto coruñés abarca los siglos XIV y XV y se debió, sobre todo, a la mejora de las técnicas de navegación y del tráfico comercial. Son reveladoras las pioneras investigaciones de la inglesa Constance M. Storrs en los pasados años sesenta. Esta historiadora, cuya obra merece más difusión y una traducción del inglés, recoge miles de licencias de la Corona británica para peregrinar en barco hasta A Coruña. Las mayores afluencias coinciden con los años santos. Por ejemplo, en el jubileo de 1428, entre otros, superaron las cuatro mil. Pudieron ser más: eran frecuentes los embarques clandestinos.
A otros puertos gallegos también llegaban peregrinos, pero el destino casi siempre buscado era el coruñés. Fue este, además, el principal puerto de embarque de los viajeros llegados a Santiago desde otras procedencias. Ejemplos sonados son los de los monarcas Carlos I (1520) y Felipe II (1554), que aprovecharon sendos viajes a otros puntos de Europa para realizar la peregrinación jacobea, partiendo a continuación por mar desde A Coruña. Algo parecido sucede con el noble italiano Cosme de Médicis (1669). Tras viajar por la Península acaba su periplo en Santiago y A Coruña.
Diversos peregrinos dejaron testimonio por escrito de este destino. El germano Jorge de Ehingen (1457) cita la ciudad herculina como Lagrunge y afirma que sus paisanos “la llaman estrella tenebrosa”, en clara confusión con Fisterra, lugar que sí era citado así por estos peregrinos, como ya señalamos en una colaboración anterior. En 1508 Lukas Rem, de Ausburgo, desembarca el 19 de octubre, cabalga a Santiago el 20, regresa el 22, y parte del puerto el 23. Es el suyo un viaje tipo, rápido y sin incidencias. En el 1531 el suizo Heinrich S. von Zug llega desde La Rochelle (Francia), escucha misa –el templo de referencia era casi siempre el de Santiago, próximo, por este motivo, al puerto- y busca caballos para marchar a Compostela, en donde está ya al día siguiente. Tres jornadas después se encuentra de nuevo en A Coruña. Espera cinco días para partir con viento favorable. Otro relato muy conocido es el del inglés William Wey. Peregrina en mayo de 1456 (año santo) y cuenta más de ochenta barcos en la bahía herculina; unos treinta eran ingleses.
En el siglo XVI esta ruta marítimo-terrestre entró en declive casi hasta desaparecer. Las causas fueron diversas. La más destacada: la expansión de la reforma protestante en los principales países emisores.
Actualmente la peregrinación en barco hasta el puerto coruñés resulta casi anecdótica y el Camino Inglés desde esta ciudad es el menos concurrido de los itinerarios jacobeos. Pero su contundencia histórica –también su épica y belleza- es incuestionable. Queda para el futuro su definitiva puesta en valor.
Manuel F. Rodríguez