El Camino de Santiago implica muchos tipos de camino a la vez: maravillosos senderos intercalados en el paisaje, rutas que te llevan por los confines del mundo, pero también caminitos de pueblo pequeños y hasta pequeñísimas sendas de aldea. También hay que peregrinar algunos tramos por la autopista, lejos de la sosegada tranquilidad que acompaña a uno sobre todo en los últimos kilómetros y a la que después se echa de menos.

Los pies son la parte del cuerpo crucial en la peregrinación; hay que mantenerlos sanos. O para explicarlo más exactamente: hay que mantenerlos sin ampollas. Las ampollas son esas pequeñas hinchazones en la piel con un líquido dentro que salen cuando los calcetines demasiado ceñidos rozan con el pie húmedo y sudado. Seguramente ahora se estén preguntando: ¿por qué describe este el origen de las ampollas? Pero es que las ampollas, el miedo a que salgan y la cuestión acerca de con qué remedio milagroso se curan preocupa a todos los peregrinos, ya que caminar con ampollas en los pies c’est l’horreur! Por eso sólo puedo aconsejar tener ojo a la hora de escoger el calzado y no descuidar los primeros pasos en la caminata. Los zapatos son simplemente el utensilio más importante en la peregrinación.

Permítanme que les hable ahora sobre el significado de las flechas amarillas. Pero, ¿cómo definir el signficado de estas flechas, que desde el primer hasta el último paso del peregrino son al mismo tiempo mapa, brújula, punto de referencia y ancla salvadora? Imagínense un viaje de Kiel a Múnich con el coche por carretera nacional sin GPS ni mapa y que uno tenga que orientarse sólo mediante señales que aparecen cada pocos kilómetros. Más o menos así es cómo funciona el Camino de Santiago.

Según las guías de viajes, en comparación con el resto de tramos del Camino, en Galicia hay pocos monumentos históricos que valga la pena visitar. Pero en compensación el paisaje de esta región es monumento suficiente. Galicia es una Comunidad Autónoma al Noroeste de España que comparte fronteras al sur con Portugal y al oeste con el Océano Atlántico. El clima es atlántico y, en comparación con las cálidas regiones del sur de España, templado y lluvioso. Una particularidad de la región es la segunda lengua oficial, el gallego, que allí se habla además del castellano. Varias veces durante mi peregrinación yo mismo pude apreciar que la mayor parte de la población domina el gallego y lo utiliza día a día. Aunque reconozco que hablo bastante bien español, siempre había alguna conversación en la que no lograba entender muchas cosas. Aún recuerdo cuando le pregunté a las señoras de la ventanilla en un museo de peregrinos en Santiago si era posible que la gente se dirigiese en gallego. Ellas contestaron que sí vehementemente y dijeron que muchos gallegos preferían hablar gallego a hablar castellano. Aliviado comprobé así que mi dominio del español quizás no fuese tan terriblemente malo.

En lo que concierne al día a día del peregrino puedo contarles que la mayoría de los peregrinos, sobre todo los que recorren todas las etapas del Camino, llevan un ritmo que en realidad sólo consta de cuatro aspectos: peregrinar, comer, lavar(se) y dormir. Esta es la jornada que a uno le espera en el Camino de Santiago. Hape Kerkeling describe este mismo ritmo, al que por cierto también él se tuvo que adecuar en su andanza de un modo parecido. Para mí lo más especial en el Camino de Santiago fue el contacto con otros peregrinos, el intercambio intercultural. La segunda noche trabé amistad con dos chicas filipinas cuya primera aventura lejos de su país natal era precisamente el Camino de Santiago. Cuando las conocí ya llevaban recorridas 29 etapas del Camino Francés. Nos presentaron sus experiencias en el Camino como un “camino-dance” creado por ellas. El baile les proporcionaba un ritmo diario en el camino, reforzado con canciones y gestos. Nos lo mostraron de una manera tan optimista y seductora que mi grupo se puso de pie y comenzó a bailar. Al final acabamos cantando todos juntos, desde clásicos americanos pasando por canciones infantiles alemanas hasta un solo de una camarera ucraniana. Este sentimiento de unidad, la harmonía que vivimos esa noche pertenece sin duda alguna a los momentos mágicos del Camino.

Y llegó el momento de la verdad. La última etapa había comenzado y quedaban por caminar 19 kilómetros desde Pedrouzo hasta Santiago de Compostela. Cuando se sabe que la llegada a Santiago es inminente, ese mismo día se camina automáticamente más rápido y se espera en cada esquina que finalmente aparezca el indicador de la ciudad. Recuerdo perfectamente el momento de cruzar el arco que lleva a la explanada de delante de la catedral y en el que diversos artistas muestran lo mejor de su profesión. Cuando yo crucé el arco, un chico estaba tocando la gaita. Fue un sentimiento fenomenal atravesar esa puerta al ritmo de ese músico. Entonces llegué a la explanada y contemplé la catedral. La plaza estaba llena; algunos peregrinos estaban sentados en el suelo, agotados pero felices. Habían dejado sus utensilios de viaje tirados a su lado y observaban llenos de asombro la catedral y al mismo tiempo el espectáculo que se presentaba cuando nuevos peregrinos llegaban a la explanada. Sentí la necesidad de volver a hacer otra vez todo el Camino de una forma que nunca volvió a ser tan intensa como en ese momento en el que observaba cómo los peregrinos que habían completado el Camino Francés llegaban a la plaza de delante de la Catedral de Santiago de Compostela.

Nils Jureczek peregrinó en Galicia a lo largo del Camino de Santiago durante diez días en agosto de 2011

(Traducción de Paz Huete Iglesias)