La Pulchra Leonina
Antes de entrar en ella (sc. la catedral de León), no obstante, el viajero se demora en la fachada. La del poniente, que es la más
reconocida y por la que se accede al templo cerradas como están las otras dos la del norte por el claustro y la del sur por la hermosa reja que rodea todo el templo, aislándolo de la calle. La
fachada de poniente, que comprende las dos torres, gemelas pero asimétricas (una es más lata que otra), la forma un hermoso hastial con rosetón y cuatro ventanas (eurítmicas, dicen los libros),
y, abajo, y a ras de suelo, lo mejor de la fachada: el atrio de triple vano y góticas esculturas que lleva el nombre de la Virgen Blanca.
(…)
Sin nadie que le interrumpa, lo puede hacer a su antojo, demorándose en las naves y capillas y deteniéndose cada poco para admirar las
vidrieras; esa sucesión de estampas grabadas sobre cristal que ocupan toda la fábrica (de ahí su impresión de fragilidad) y que componen uno de los más bellos
conjuntos en su género en el mundo. Lástima que no pueda verlas, como le enseñó su padre, reflejadas en el agua de la pila de la entrada.
(…)
Cincuenta y siete rosas u óculos, tres enormes rosetones, más de ciento veinticinco ventanales... La profusión de vidrio es tan fabulosa (mil ochocientos metros cuadrados, lee el viajero en sus
guías) que éste no sabe adónde atender ni desde qué sitio mirar mejor ese juego infinito de figuras y colores que cubre toda la fábrica, desde la fachada al ábside. La impresión que produce es la
de estar en un sueño (…): casi la cuarta parte de su estructura es de vidrio, lo que la hace aún más esbelta y delicada.
Llamazares, Julio: "La catedral de vidrio", en J. Llamazares: Las rosas de piedr, Madrid: Alfaguara 2008, pp. 66-69.