Esas noches, en la soledad del camino desierto, el viajero puede descubrir el miedo, disfrazado de silbos de viento o sombras de luz de luna; puede intuir los ojos de las aves nocturnas camufladas en medio de un seto de miserables encinas, presentir la mirada de las alimañas o contemplar incrédulo el espacio celeste, sin contaminación alguna, cuajado de puntos blancos y tintineantes.
En Hontanas se quiebra el acoso de la soledad y del miedo y llega el de la melancolía.
Estamos en un paisaje romántico, propio el de las narraciones de Becquer. El pueblo recibió su nombre poético a causa de los manantiales surgidos en sus inmediaciones, cuyas aguas otorgan verdor
a un paisaje que en las últimas leguas abundada en secarrales.
Bajo la mirada de la luna, la iglesia de Hontanas, presidida por una torre alta y fuerte, en medio del pequeño caserío, semeja un gigantesco Polifemo que cuida su rebaño en un recoveco casi
oculto del valle abierto ante las aguas del arroyo Garbanzuelo.
Álvarez Domínguez, Tomás: "El Camino de Santiago, para paganos y escépticos", Madrid: Endymion 2000, p.106.