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           Cuando mi abuelo José dejó la ribera del Esla para instalarse en León, construyó su casa al borde de la carretera de Trobajo; el Camino Francés resultó pues para mí, de niño, tan natural como el mar para quien vive en sus orillas. No sólo el Camino terreno, al que pertenecía aquella carretera bordeada de chopos que enlazaba la casa de mi abuelo con el convento de san Marcos y que recorría de la mano de mi padre, sino también el que marcaba en el cielo su amplio rastro lechoso.

           —Aquello es el Camino de Santiago. Pasa justamente por delante de casa.

(…)

          Conocía la ventanita de la celda del convento de san Marcos en que estuvo preso Quevedo —el de los chistes—, y sabía que aquel edificio monumental, de muros rubios que adornaban frisos, medallones y hornacinas, había sido precisamente hospital de los peregrinos.

(…)

           También me enteré de que uno de los verdaderos finales de Camino —y sin duda el más poético—, se encuentra en la iglesia de Santiago, en Villafranca, donde lanzaban sus últimos resuellos aquellos peregrinos que, por no tener salud ya, ni fuerzas para andar el tramo gallego, esperaban allí la muerte, tras haber ganado el jubileo ante la Puerta del Perdón, por especial privilegio.

Merino, José María: "Del Camino: Álbum particular", en J.M. Merino: Silva Leonesa, León: Diputación Provincial de León 1998, pp. 79-81.